En este espacio hemos dado
cabida a un sinfín de artículos sobre cuestiones de derecho. Nos resulta fácil
poder hablar de cuestiones jurídicas de las que día a día resolvemos o
desarrollamos en nuestro trabajo. Sin embargo, hoy vamos a hablar de algo en lo
que se funda de manera muy importante el derecho que es la educación.
Me surge esta cuestión
porque estoy estudiando matemáticas con mi hijo. Algo a lo que cada vez estamos
menos acostumbrados y que sin embargo nos reporta muchísimas satisfacciones. Al
menos a mí. Sólo el hecho de trasmitir el conocimiento debería por sí sólo ser
lo suficientemente satisfactorio para poder sentarse junto a tu benjamín y
dedicarle unas pocas horas de tu tiempo. Sé que esta sociedad en la que vivimos
nos deja demasiado poco tiempo para ello y que nuestros hijos, según van
creciendo, y lo sé por experiencia porque tengo dos que están desarrollando sus
estudios universitarios, obtendrán una autonomía buena para ellos y sin duda
para nosotros.
Pero lo anterior no debe
impedirnos exprimir al máximo las mieles de los ratos que nos ofrezcan. Son tan
importantes las paradas en los estudios para contarnos sus inquietudes como la
propia materia que están aprendiendo. Se sentirán cerca y sabrán contarte unas
confidencias que si no te ven “como de su grupo” no lo van a hacer.
No significa que seamos
sus amigos. Como dice un buen amigo mío, juez de menores para mayor gloria,
nosotros somos sus padres y así nos tienen que ver. No somos colega, tío, bro
ni cualquier otro calificativo. Somos sus padres con mayúsculas y cuando
examinamos con ellos el partido del sábado debían de sentirnos tan cerca como
cuando vemos las matemáticas o la química, o el inglés o la música, o como
cuando nos habla de la chica aquella que se sentó durante todo un entrenamiento
a ver como lo hacíamos.
Eso también es hacer
derecho. Enseñarles la diferencia entre lo normal y lo correcto. Enseñarles
normas de comportamiento. Enseñarles también lo importante de la obediencia
debida. O de la conciliación democrática frente a la imposición. O ¿vamos a
criticar lo que nuestros políticos hacen en la calle o en las instituciones
cuando en casa no sabemos aplicarnos nuestra propia medicina?.
Hace unas semanas un gran
amigo me dio una receta que por obvia me había pasado desapercibida no en el
fondo sino en su formulación, el principio de autoridad tiene como base el
principio del ejemplo propio.
Nuestros hijos van a ver
en nosotros lo que hacemos por ellos e imitarán comportamientos. Esto no es un
invento nuestro. Ni siquiera de la rama del conocimiento que exploto. Lo es de
la psicología. Pero esa psicología no es más que la constatación de la
realidad.
Si un hijo ve que somos
capaces de ceder de nuestro propio tiempo en su beneficio a la postre hará lo
propio en su vida particular. Si ve que ayudamos a los demás a mejorar como
personas, veréis como sin duda él hace lo mismo.
Y eso hace derecho. Porque
ese carácter se forjará desde pequeño para evitar los conflictos. Para dialogar
en caso de discrepancias. Para no usar de la fuerza como arma arrojadiza, pero
para no sentirse pequeño ante los abusos.
Si somos capaces de
transmitir tesón y fuerza para conseguir los objetivos serán adultos que no se
vendrán abajo frente a las frustraciones. Es lo que los expertos llaman la
tolerancia o intolerancia a las frustraciones. Verán que no es importante que
es lo que obtengan, sino que con esfuerzo cualquier meta se puede alcanzar.
Da igual si su carrera la
desarrollan por ciencias, por letras, por humanidades o artes escénicas. Todos
tenemos cabida en esta sociedad. Pero lo importante es que sepamos apreciar
como lo importante la propia esencia del ser humano.
Ver como los resultados de
las dichosas matemáticas coinciden con lo correcto no solo satisface al alumno,
lo hacen al maestro. Y a la familia. Ver graduarse a un hijo te llena de
orgullo y satisfacción como diría el Monarca. Aunque todos sabemos que el
mercado laboral esté muy complicado, la preparación debe ser un orgullo no sólo
para encontrar trabajo sino también como producto de una realización personal.
Al igual que un deportista
que entrena con tesón ve sus resultados más temprano que tarde, el trabajo bien
hecho salta a la vista. Y da sus frutos, y si los compartimos con nuestros
hijos verán que les importamos.
Muchas veces me siento
celoso de lo próximos que mis tres hijos se encuentran a su madre. Es un
estadio natural de intimidad, de buscar consejo en aquello que ven dudoso. Todo
aquel tiempo que les ha dedicado, la vida se lo ha devuelto con creces. Y eso
es hacer también derecho porque el ejemplo cunde con celeridad. Y la costumbre
es uno de los principios generales del derecho. Acostumbrarse a hacer
importante al de al lado, engrandece no solo la sociedad que desarrollas,
entendiendo como la célula más importante la familia. Hablar no sólo de lo
bueno sino también de lo malo dignifica ese espacio. Y eso hace que nos
sintamos reconfortados en el modelo. Modelo que exportaremos a nuestra familia
cuando la tengamos. Y a nuestra empresa. Y a nuestro grupo de amigos. Y ¿por
que no? al resto de la sociedad.
Obviamente no todo es un
camino de rosas. No nos encontramos todos los días del mismo humor, pero la
alegría de ver caer la lluvia tras los cristales y al calor de un buen fuego
del hogar compensa cada contestación de adolescente, cada berrinche de infante,
cada rabieta de bebé o cada frustración de joven.
La familia es como un
partido de fútbol en el que los defensas de los hijos van a intentar que no les
colemos goles, como ellos van a intentar colárnoslos. Y algunos nos dejaremos
porque sólo desde la generosidad vamos a poder crear la confianza para que
entiendan que el míster es el míster porque aprendió antes de ellos.
jose maria garzon.